El espíritu anárquico es esencialmente contrario al fanatismo. Ansiosa de libertad, no puede faltar dogmas, ni disciplinas, ni mandamientos humanos o divinos y, mucho menos, inquisiciones, santos oficios, índices y actos de fe. Predicando el trabajo libre, el pensamiento libre, el amor libre, la acción libre, no acepta ninguna limitación a las facultades intelectuales o emocionales, ni reconoce calibres, bastidores, pautas, la exteriorización de ideas o sentimientos. Sólo el individuo tiene derecho a dirigir su razonamiento, regular su lenguaje, confrontar su estilo, moderar su juicio, orientar su acción. El anarquismo combate a toda costa el despotismo de cualquier tipo, el doerismo de todas las castas, todo lo que se asemeje al mando, al liderazgo, al yugo, al servilismo, al dominio físico, psíquico o moral. Así, repele el régimen carcelario del capitalismo, condena las fábricas de médicos, curas, soldados, hombres fundidos en un solo molde, maniquíes tallados en un solo modelo, manipanços cuyo relleno es la misma paja seca. Sólo el individuo conoce sus caminos. Imponer la marcha hacia el este a quienes se inclinan hacia el norte es robarles su destino, su vida, su personalidad. Los anarquistas aplicamos con rigor estos principios en la lucha por la emancipación de los hombres. Y al decir «de los hombres», hiero un punto esencial del anarquismo. El anarquismo no sólo pretende emancipar a los trabajadores, pretende emancipar a los hombres. Su problema es mucho más amplio que el de los políticos o socialistas de cualquier tipo.

Por encima de la mera emancipación económica está ciertamente la emancipación moral y mental. Más allá del trabajo libre está el pensamiento libre y la acción libre. Liberar a los hombres del jefe es mucho, pero no lo es todo. Hay que sacarlos de la tutela de guías políticos o religiosos; y la tiranía de la “moral”, creación de los opresores para fanatizar a los esclavos. Así, no entendemos un revolucionario cuya acción se deriva de la servidumbre. ¿Cómo instituir un régimen libre si no nos deshacemos de las trabas tradicionales? ¿Cómo pretender una vida libre, si vivimos imponiendo reglas y escuchando órdenes? ¿Cómo puede el hombre querer “mantenerse solo”, acostumbrándonos a nosotros ya otros a disciplinas vejatorias, censuras obsoletas y castigos degradantes? Mal convencidos de esta concepción de la libertad, varios anarquistas lamentan las divergencias en la acción entre los anarquistas. Peor aún, a menudo se leen acusaciones de anarquistas-individualistas a anarquistas-comunistas, de anarcosindicalistas a extrasindicalistas, etc., etc. Todos estos ataques y lamentos revelan la milenaria tendencia sectaria arraigada en los hombres. Por más que estudiemos, aprendamos, eduquemos el espíritu, la presión tradicional es tan fuerte, el ambiente, todo dogmático, registra, enjaula, es tan rígido, que difícilmente podemos alejarnos de estos determinantes poderosos. Personalmente, por el contrario, veo en estas diversas tendencias anárquicas el mejor signo de vida anarquista. Todos los hombres no pueden ver las cosas de la misma manera, ni resolver los problemas por el mismo proceso. La transformación social es un problema con múltiples soluciones. Los anarquistas presentamos la nuestra. Sin embargo, no lo presentamos de la misma manera. La belleza de nuestra concepción y la superioridad de nuestro método están positivamente en esta multiplicidad de medios, que conducen todos al mismo fin. Por lo tanto, que cada tendencia sea libre en la ejecución de su forma de entender la solución final. Todas las aguas afluentes fluirán a la misma boca. El verdadero anarquista, pienso, el que se ha liberado por completo de los prejuicios sectarios, colabora en todos los grupos, actúa en cualquier tendencia. Además, coopera con los no anarquistas dondequiera que su acción incremente la oposición revolucionaria.
Así, es anticlerical con los anticlericales; es democrático en la defensa de los principios liberales frente a los reaccionarios; está con los bolcheviques, cada vez que reclaman derechos, refuerza el ala antimilitarista, aunque los antimilitaristas sean burgueses; colabora con la escuela racionalista moderna, aunque sólo reformista; anima a los teósofos en la propaganda fraternista, a los vegetarianos en la extirpación de los vicios, al propio Estado Liberal en su lucha contra el imperialismo vaticanista. No hacerlo sería limitarse al sectarismo y negar, de hecho, la doctrina anarquista, que es esencialmente antisectaria.
José Oiticica; Ação Direta. Rio, 10.01.1929