LOUISE MICHEL: FEMINISTA Y ANARQUISTA

La conmemoración del 150 aniversario de la Comuna de París trae a la memoria, en este pandémico 2021, a una mujer poco conocida hoy: Louise Michel. Una mujer fundamental en la genealogía anarquista y feminista de la que procedemos todas aquellas que seguimos sintiéndonos cómodas con la denominación de anarcofeministas en el siglo XXI. Leer más

ACRACIA

El bajón de Bakunin

Eduardo Pérez / El Salto

“La revolución se ha metido, de momento, en cama”. En febrero de 1875 Mijaíl Bakunin, el impenitente revolucionario ruso, estaba de bajón. Así se lo hacía saber en una carta a su compañero francés Élisée Reclus, igualmente exiliado en Suiza.

 “La evolución que se está produciendo hoy día es muy peligrosa, si no para la humanidad entera, sí al menos para algunas naciones”, señalaba en la misiva, en la que el famoso anarquista realizaba un breve esbozo de la situación en el mundo occidental: el Imperio alemán gestionado por Bismarck, “a la cabeza de un gran pueblo lacayo”, la Iglesia católica con “los ojos y las manos por todas partes” y, en Francia, los verdugos de la Comuna de París, “dedicándose a remachar las cadenas de un gran pueblo caído”, sin que viera Bakunin motivos para el optimismo en el resto del planeta.

El ruso había nacido en una familia acomodada pero renunció a todo para avivar las llamas de la revuelta que había recorrido Europa desde 1830 a 1870. Con escasos medios económicos, encerrado y deportado por diversos gobiernos, Bakunin estuvo presente desde el alzamiento de Dresde de 1848 hasta el de Bolonia de 1874. Había sido un fantasma que circulaba por la Europa continental para pesadilla de los gobernantes y que, cuando no podía situarse en el epicentro de la agitación, influía en la militancia antiautoritaria del país que tocara.

Sin embargo, ya con 60 años, el gran revolucionario se sentía “demasiado viejo, demasiado enfermo, demasiado cansado, y, hay que decirlo, demasiado decepcionado”. Bakunin admitía su derrota: “El mal ha triunfado y no puedo impedirlo”.

Para él, el problema no venía solo “de los espantosos desastres de los que hemos sido testigos y de las terribles derrotas de las que hemos sido víctimas más o menos culpables”, en referencia a las recientes derrotas obreras y represiones consiguientes, “sino porque, para mi gran desesperación, he constatado, y constato cada día otra vez, que el pensamiento, la esperanza y la pasión revolucionarios no se encuentran en las masas, y cuando esto ocurre, por mucho que se combata por los flancos, no se hará nada de nada”.

Bakunin seguía teniendo claro cuál era la solución, pero el desengaño con las masas le hacía dudar de las posibilidades. Como explicaba a Reclus: “Es evidente que no podrá salir de esta cloaca sin una inmensa revolución social. Pero, ¿cómo hará esta revolución? Nunca estuvo la reacción europea tan bien armada contra todo movimiento popular. Ha hecho de la represión una nueva ciencia que es sistemáticamente enseñada en las escuelas militares a los tenientes de todos los países. Y, ¿con qué contamos para atacar a esa fortaleza inexpugnable? Las masas desorganizadas. Pero, cómo organizarlas si no tienen siquiera suficiente apasionamiento por su propia salvación, si no saben ni lo que deben querer y si no quieren lo único que puede salvarlas”.

Visto en retrospectiva, se puede decir que el legendario revolucionario tenía razón. El orden impuesto se mantendría sin problemas durante varias décadas. Bakunin, en su desilusión, dejaba un espacio para la esperanza. “La paciencia y la perseverancia heroicas” de las organizaciones que mantenían el tipo pese a las derrotas permitirían que el socialismo fructificase de nuevo a principios del siglo XX: “Su trabajo no se perderá —nada se pierde en este mundo—: las gotas de agua, aun siendo invisibles, logran formar el océano”. Lamentablemente, Bakunin no solo contemplaba esa opción: “Estos inmensos Estados militares tienen que destruirse unos a otros, y devorarse unos a otros tarde o temprano”. “La guerra universal” que preveía el viejo agitador llegaría menos de medio siglo después.

«Feas, incendiarias y marisabidillas»: las comuneras que aterrorizaron a la burguesía

La Comuna de París supuso un hito de la lucha feminista. Su presencia a pie de barricada despertó una brutal represión por parte del poder de la época, que veían en su libertad y autonomía un peligro a tener en cuenta.

Mujeres de la Comuna de París
Fotomontaje que muestra la prisión de Chantiers en Versalles con prisioneras de la Comuna de París.  Ernest Charles / MUSÉE CARNAVALET – HISTOIRE DE PARIS

JUAN LOSA@JOTALOSA

El conflicto nunca cesa. Nos acompaña desde el origen del origen y cabe pensar −no es descartable− que sea inherente al ser humano. Mal que le pese a los devotos de la concordia con sus margaritas y sus soporíferos cumbayás, la historia de la civilización es, también, la historia de esa tensión por transformar el mundo y cambiar la vida.

«¡Nos creímos tan fuertes que quisimos ser mansos!», anotaba Rimbaud a pie de barricada en plena euforia comunera. No es para menos, la revolución hermana al personal convirtiendo vidas de prestado en trozos diminutos de Historia con mayúscula. Es la hora de los parias, es el momento de la turba, la llamada de los que se quedaron sin nada y echaron mano de la dignidad.

Se cumplen 150 años de la Comuna de París, se cumple siglo y medio de aquella epifanía insurreccional cuyos ecos todavía hoy reverberan. Una música, no me negarán, que suena tristemente bella y que entonaron durante 60 días y sesenta noches hombres y mujeres, de igual a igual. Aquel hito de las clases populares, que fue también feminista, removió la división del trabajo a pie de barricada.

Fueron obreras, costureras, panaderas, cocineras, floristas, niñeras, limpiadoras y cantineras, pero también defendieron la comuna fusil en mano, también protegieron sus arsenales, se organizaron y tomaron la palabra en todos los debates. «¡Ciudadanas, todas resueltas, todas unidas, a las puertas de París, en las barricadas, en los barrios, en todas partes!», clamaba Élisabeth Dmitrieff, líder de la Unión de Mujeres.

Y así fue. En todas partes. No sólo en la retaguardia. La profesora Dolors Marín, doctora en Historia Contemporánea y experta en movimientos sociales y memoria histórica, evoca aquellos días como una mezcla del fragor del momento y de una intensa tradición de lucha que se remonta a la Revolución francesa. «Pasó algo muy parecido a lo que se vivió el 19 de julio del 36 en nuestro país, el pueblo salió a la calle para armarse, pedían armas para defender lo que les pertenecía, las milicianas corrían al frente y a las barricadas junto a sus maridos, compañeros y hermanos, ni más ni menos», explica Marín.

Mujeres de la Comuna
Mujeres arrestadas durane la Comuna.  Grabador anónimo / MUSÉE CARNAVALET, HISTOIRE DE PARIS

Un compromiso con su tiempo que está fuera de toda duda. El periodista comunero Prosper-Olivier Lissagaray, cuya seminal obra Historia de la Comuna de París de 1871 −que acaba de reeditar Capitán Swing− refería así el ímpetu de sus compañeras de lucha: «Las que se han quedado son mujeres fuertes, entregadas y trágicas, que saben morir igual que aman, con ese espíritu puro y generoso que recorre, lleno de vida, las profundidades populares desde 1789. Estas compañeras de trabajo también quieren asociarse a la hora de la muerte».

No hay duda; venían preparadas de casa. Muchas de ellas ya participaron en las revoluciones de los años 20 y en la del 48. Un currículum revolucionario y un grado de politización para nada desdeñable. «Son las herederas naturales de Olympe de Gouges, que redactó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana en 1791, pero también de Fourier y Saint-Simon, prebostes del socialismo utópico francés». 

La maestra anarquista Louise Michel, que dejó por escrito lo vivido aquellos meses en La Comuna de París (La Malatesta Editorial), cifró en unas 10.000 las mujeres que participaron de primera mano en las actividades de La Comuna. Un trasiego revolucionario que aprovecharon para reivindicar, curiosamente, lo mismo que ahora. «Su lucha −prosigue Marín− no difiere mucho de la actual, sus bastiones eran el derecho a la enseñanza, una enseñanza que fuera laica y racionalista, y la igualdad salarial». 

Las petroleras

Mujeres de la Comuna
Las petroleras, chivo expiatorio de la prensa de la época.

La prensa burguesa cargó las tintas. Los editores aderezaron sus prejuicios de clase con una buena ración de patriarcado y el resultado fue una campaña sin precedentes contra aquellas mujeres libres. «Les molestaban, querían colocar a la mujer de nuevo en su sitio, empezaron a inventar que llevaban moños incendiarios y que escondían material explosivo bajo sus faldas, las tildaban de feas y marisabidillas por el simple hecho de que sabían leer, algo así no se podía permitir», explica la profesora Marín.

Pero más allá de la caricatura versallesca, las petroleras o incendiarias existieron. Vaya si lo hicieron. Dado que el siempre socorrido cóctel molotov estaba aún por inventar, se servían del petróleo para proceder a lo que viene siendo el caloret faller. Decenas de mujeres convirtieron en auténticas piras los formidables palacetes burgueses que salpicaban la ciudad. 

Conforme el sueño revolucionario fue decayendo a causa de las acometidas del poder político y sus esbirros, llegó el momento de la represión. Una represión que fue brutal y que se cebó, con especial saña, con la mujer. «Las burguesas les hundían los ojos con la punta de las sombrillas, mataban a sus hijos delante de ellas, las deportaban a Nueva Caledonia, sus vidas no valían nada», lamenta Marín.

El fin de La Comuna tras dos meses de resistencia y autogestión inaugura una tradición de derrotas que llega hasta nuestros días. Aquel 28 de mayo, mientras las fuerzas versallescas sometían a los últimos insurrectos y comenzaban a barruntar ya la salvaje represión que vendría, aquel día se tensaba para siempre el extremo de una fértil cultura de clase que se forjó a sí misma a base de hambre y alienación. Ecos de una melodía tristemente bella que no puede dejar de sonar. 

Mujeres de La Comuna
Mujeres de la Comuna ante el Consejo de Guerra de Versalles, 2 de septiembre de 1871.  Ernest Charles / MUSÉE CARNAVELET – HISTOIRE DE PARIS

FUENTE: PÚBLICO

Siempre nos quedará París. 150 años de la Comuna Revolucionaria

Guardado en: COMUNA DE PARÍSFRANCIAMEMORIA HISTÓRICA

«La lucha actual no puede tener más resultado que el triunfo de la causa popular… París no retrocederá porque porta la bandera del porvenir. La hora suprema ha llegado… ¡paso a los trabajadores, fuera sus verdugos!…» – Comité de la Comuna de París (1871)

La naturaleza histórica de la Comuna: La revolución de todos o de ninguno

La Comuna de París fue un suceso histórico obrero inédito, pues los trabajadores actuaron autónomamente y generaron una importante resonancia internacional tanto en su época como posteriormente por la manera en que se practica una ruptura tanto con el poder estatal como con la Iglesia.

Todos los movimientos revolucionarios a partir de ese momento toman como referente la Comuna de París. Tanto el marxismo como el anarquismo, que aún no estaban plenamente definidos en el tiempo de la Comuna, la tratan de hacer suya más adelante, teniendo una gran influencia en las posteriores revoluciones del siglo XX. Sin embargo, nadie intelectualmente puede apropiarse de la Comuna, pues la Asociación Internacional de Trabajadores en Francia en aquél momento se encontraba en la clandestinidad, por lo que no tuvo un impacto verdaderamente importante.

Además, aparte de las dos corrientes mayoritarias internas en la AIT (marxismo y socialismo libertario) en Francia otras dos corrientes revolucionarias tenían una gran fuerza tradicionalmente: el mutualismo proudhoniano, fundamentalmente entre los artesanos; y el blanquismo, socialistas seguidores del revolucionario francés Blanqui. Este último movimiento quedará diluido tras la Comuna, pues Blanqui estaba encerrado en Versalles condenado a cadena perpetua cuando estalla la misma, no pudo fugarse y vivió desde la distancia la masacre en la que terminó la Comuna de París. Por lo tanto, la Comuna de París no tiene una única tradición revolucionaria que pueda adjudicarse el suceso histórico.

La obra de Karl Marx de La Guerra Civil en Francia sería un buen ensayo historiográfico y una buena investigación periodística de los sucesos de la época. Realiza una crónica detallada de la Comuna de París, e incluso esta le trastoca sus propias certezas sobre la dictadura del proletariado. Esto es, si la Comuna de París es la dictadura del proletariado, entonces esta consiste en la abolición del Estado y no en su simple conquista, y debe tenerse en cuenta como base para afirmar qué no es ciertamente la dictadura del proletariado: «La comuna ha demostrado, principalmente, que la clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola en marcha para sus propios fines».

Sin embargo, Mijail Bakunin siente corroboradas las bases de su pensamiento y lo que un año más tarde en el Congreso de la AIT en La Haya, se sienta como camino netamente anarquista. Este toma la Comuna de París como una enseñanza práctica libertaria.

La Comuna de París tuvo un impacto mundial e inspira muchos movimientos revolucionarios internacionales, surgen además periódicos con su nombre y colectivos que se sienten herederos de la misma. Habría que lanzar una triple pregunta sobre este suceso histórico: ¿Es la Comuna de París un germen, un modelo o un devenir revolucionario? El proceso de autoorganización popular urbana no estaba proyectado en su origen, ni siquiera estaba previsto el pueblo en armas ni las barricadas. Llegó a formular y poner en práctica durante algunas semanas un programa revolucionario muy amplio en materia de salud, educación o vivienda; que supera con mucho la simple propuesta inicial de representación comunal revocable en manos de obreros y artesanos.

La naturaleza revolucionaria de la Comuna: Los cañones, la sangre y la barricada

París no ha cambiado sustancialmente desde 1870 hasta la actualidad, en ese tiempo ya había anexionado los municipios colindantes. Era una ciudad de fuerte control militar y burgués con aproximadamente dos millones de habitantes en el año de la Comuna, cifra que se había duplicado en tan solo veinte años. Las grandes avenidas sirven para el paso dominante de las tropas militares, y reprimir los barrios más disidentes de la ciudad. Es en la zona Norte y Este donde quedará el viejo París, donde se aglomera la población trabajadora expulsada del centro urbano, y que protagonizará los hechos de la Comuna.

La declaración de guerra entre Francia y el Reino de Prusia en julio de 1870, será el punto histórico que marca la caída del Imperio francés de Luis Napoléon Bonaparte. El desencadenante de este conflicto será el malestar francés por la candidatura de un príncipe alemán al trono vacante en España; y la chispa es la manipulación mediática de Otto Von Bismarck sobre unas comunicaciones del Káiser, tratando de herir el patriotismo francés. La derrota en la Batalla de Sedán en septiembre de 1870, junto a la captura de miles de militares franceses dirigidos por el mariscal Patrice MacMahon, incluido el emperador Napoleón III, inflaman el derrotismo francés firmando la rendición. Es un desastre y una humillación, y cuando el 3 de septiembre llega la noticia a París se levanta una insurrección en Francia proclamando la III República.

Se improvisa un gobierno de Defensa Nacional que agrupa al republicanismo conservador y moderado, y al frente del ejército se sitúa a un militar bonapartista. Una situación abierta con un republicanismo amplio, desde el burgués hasta el republicanismo democrático. Estos republicanos tratan de contemporanizar un régimen que les sirva para sus pretensiones. El 19 de septiembre de 1870, el ejército prusiano cerca la ciudad de París, los bombardeos y hambruna acaban con la vida de muchos parisinos, por lo que la brecha entre sus ciudadanos y el gobierno oficial crece rápidamente. En París, paralelamente y bajo la situación de cerco militar, surge una entidad de gobierno revolucionaria conocida como Comité Central Republicano de Defensa, una nueva autoridad independiente.

Los invasores prusianos proclaman en el Palacio de Versalles el I Reich Alemán con el Káiser Guillermo I y el canciller Bismarck, centrándolo en una revancha de carácter patriota. El gobierno francés oficialmente firma la capitulación el 28 de enero de 1871, y el 8 de febrero se hacen elecciones legislativas como exigencia de los alemanes, que querían firmar la paz con un gobierno electo oficialmente. La Asamblea Nacional francesa era de mayoría monárquica debido al voto rural en Francia, mientras que las ciudades eran fuertemente republicanas. Numerosos diputados republicanos firman su renuncia a la asamblea ante esta deshonrosa capitulación. El 1 de marzo se hace un desfile triunfal por París de las tropas prusianas.

El levantamiento general parisino será el 18 de marzo, que contará con la ayuda de la Guardia Nacional, mientras que el ejército bonapartista se posiciona en contra. Esa guardia estaba vinculada a las clases populares, mientras tanto el gobierno oficial se posiciona contra el desorden, argumentando que una autoridad republicana debe dar ejemplo de paz y orden. El gobierno de Defensa Nacional, refugiado en Burdeos y dirigido por Adolphe Thiers, reclama los cañones sustraídos por el pueblo de París. El ejército francés toma los puntos estratégicos clave de París, para desarmar al pueblo y a la Guardia Nacional.

Louise Michel y otras mujeres se tiran sobre los cañones y ametralladoras, los soldados permanecen inmóviles y deciden finalmente no disparar. El gobierno de Defensa Nacional no esperaba una reacción tan decidida del pueblo parisino, ni la solidaridad de parte de los soldados del ejército. La Guardia Nacional se hace con los principales centros neurálgicos urbanos. El general Lecomte es ejecutado por los ciudadanos parisinos, iniciando el gobierno de la Comuna. El 19 de marzo se hace una declaración oficial de la Guardia Nacional para crear una república popular, renunciando al poder autoritario que se había quedado vacío con la situación insurreccional.

Desde Versalles se ordena la retirada de los militares leales y la policía oficialista, Thiers se comunica con el Ministro de Exteriores para contactar con el canciller alemán, a quien le aseguran que mediante una organizada represión acallarán el bandidaje parisino y el orden social será restaurado en menos de una semana. Sin embargo, serán 72 largos días de resistencia, organización comunal y un sueño revolucionario popular; mientras sufrían los estragos de un doble asedio, el de los prusianos, y el del ejército francés. La insurrección comunera abría una nueva era política experimental, una situación donde se aspiraba a abolir los viejos posicionamientos clericales, militaristas, burocráticos; la especulación, la explotación y los privilegios, puestos fin por el proletariado organizado. Apelaban al resto del país francés a abrir combate, sin embargo, su iniciativa no será ofensiva cuando las tropas de Versalles no eran aún un ejército poderoso, puesto que se prioriza el aspecto político interno, las transformaciones sociales y la organización de unas elecciones bajo la idea de la democracia directa. La Comuna queda proclamada en el Ayuntamiento de París el 28 de marzo, dos días después de las elecciones. Miles de hombres y mujeres se echaron a las calles a celebrar la Comuna, y de los 66 consejeros totalmente revocables la mayoría eran pequeños artesanos.

Una efervescencia política se adueña de París durante algo más de dos meses, una experiencia revolucionaria inigualable. Decreto de separación de Iglesia y Estado; se suprime el presupuesto de cultos, los bienes de congregaciones religiosas serán considerados propiedades colectivas. La educación queda en manos de la Comuna, se secularizan los cementerios, medidas de higiene como autorizar las cremaciones, o aprobar el matrimonio civil.

Se condonan siete meses de deudas de alquiler de viviendas en París, el tiempo que la ciudad llevaba sitiada. Se aprueban pensiones para huérfanos y viudas de la Guardia Nacional. Se expropian los talleres abandonados por los patronos huidos para autogestionar esos espacios de producción por los obreros. La Comuna representa la primera revolución de las mujeres como sujeto protagonista, una acción social determinante. Crean una unión de mujeres para la defensa y el cuidado de los heridos, participan de los comités, los debates, las reformas; y aunque también conducen ambulancias y son enfermeras, en la lucha frente al ejército se posicionan en las barricadas. Serán acusadas de doble traición, a su país y a su sexo; las mujeres comuneras serán puestas de depravadas, violentas y libertinas, que no cumplen con su función social de buena ciudadana.

La Comuna de París fue periodo utópico en plena construcción, no como teoría irrealizable. Adopta como enseña la bandera roja, el 6 de abril un batallón de la Guardia Nacional quema una guillotina, y se elimina la pena de muerte. Se marca el carácter internacionalista de la revolución, y la columna imperial de la Plaza Vendôme es demolida como símbolo de militarismo, en un evento festivo revolucionario, pues las reformas que se estaban tomando incrementaban ese fervor de estar escribiendo la historia. No se incautó el banco nacional de Francia, lo cual se analizaría posteriormente como un error, puesto que hubiera supuesto la total abolición del mercado del capital francés.

El 10 de mayo de 1871 el canciller Bismarck y el presidente Thiers firman la paz; se asegura un pago de 5 mil millones de francos-oro, más la adhesión de los territorios de Alsacia y Lorena. Libera a los militares prisioneros en Sedán, y se les deja pasar hacia París para reprimir a la Comuna. Frente a este ejército de unos 170 mil hombres, se enfrentarían unos 40 mil hombres y mujeres, una resistencia a la desesperada. Se va perdiendo la periferia, van cayendo los barrios parisinos y se ejecuta a los prisioneros que apoyan decididamente a la Comuna. Un decreto establece que se fusilaría a tres reaccionarios por cada comunero fusilado por el ejército francés; una increíble resistencia se desata a partir del 21 de mayo.

La Semana Sangrienta hasta el 28 de mayo, se fusila sobre las barricadas y hasta en los hospitales, donde acceden las tropas francesas. El ejército penetra en la ciudad de París por los barrios burgueses del oeste, avanzando ayudados por vecinos anticomuneros identificados por brazalete tricolor; además la artillería causaría estragos entre la población comunera.

El 23 de mayo cae Montmartre, uno de los bastiones de la Comuna de París. Se comienza a incendiar los edificios gubernamentales, si la Comuna no vence, destruirían París para que tuviese que reconstruirse desde las ruinas provocadas por la represión. Si los reyes no tenían ya los palacios en su madriguera, quizá ya no quisieran regresar nunca más. Se incendia, entre otros, el Palacio de las Tullerías. Estos hechos serían utilizados por la prensa conservadora para desprestigiar a la Comuna de París. Los últimos combates fueron en la zona Este el 27 de mayo, la toma del cementerio de Père-Lachaise y el fusilamiento de más de un centenar de comuneros en lo que se llamó posteriormente el muro de los Comuneros. Los días siguientes numerosos comuneros fueron represaliados, asesinados por toda la ciudad y enterrados en fosas comunes.

La lucha había acabado y la venganza de los dominadores inflexible. Sembraron París de cadáveres para perpetrar una represión ejemplar, no querían que quedase nada de la Comuna de París, querían borrarla de la historia. Algunas columnas de comuneros fueron llevados hasta Versalles, en ocasiones se hicieron selecciones al azar de hombres y mujeres para fusilarlos delante de otros como ejemplo de violencia y poderío. Las masacres fueron sistemáticas y ordenadas por el gobierno de Versalles, entre las filas del ejército en combate cayeron 900 soldados, en cambio unos 20 mil comuneros fueron ejecutados. La justicia militar apenas dictó sentencias oficialmente, porque la mayoría de ejecuciones fueron al margen de la ley, aunque ordenadas por el poder. Más de cinco mil presos y presas fueron desterrados a Nueva Caledonia, entre ellas, la maestra revolucionaria Louise Michel, que incluso llegó a solicitar que se la fusilase condenada igual que a los hombres.

Más de 40 mil presos en total, y hasta 1880 no se decretó una amnistía definitiva. Se buscaba consolidar un nuevo orden republicano, sin una oposición izquierdista, demostrando a la burguesía que no solamente los monárquicos podían mantener el orden. Se blinda la propiedad privada, y se continúa una política imperialista en las colonias. Esta III República francesa durará hasta 1940 con la entrada nazi en Francia.

La naturaleza poética de la Comuna: El tiempo de no retorno al orden antiguo

Los obreros con su incultura lograron tomar el poder y organizarlo horizontalmente, destruyendo el orden autoritario. El legado de la Comuna de París representa el inicio de un ciclo histórico de preparación de una nueva Revolución Social, que se inicia cincuenta años más tarde prendiendo la mecha la Revolución Soviética. Se rompe el idealismo republicano del movimiento obrero, el vacío institucional de poder favorece el florecimiento de experiencias revolucionarias.

Un legado indiscutible será la Internacional Situacionista en los años 40 en Francia hasta 1972, cuando decide autodisolverse, recoge el bagaje revolucionario del marxismo, el consejismo y el anarquismo, tratando de superar estas antiguas corrientes. El pensamiento revolucionario se alcanza mediante la realización y la supresión, es decir que el Situacionismo realiza lo que el anarquismo no logró realizar, y supera las formas políticas marxistas abogando por la supresión de la dominación estatal.

Una enseñanza de la Comuna de París es el pueblo en armas, una fusión entre la propia revolución y la lucha armada obrera. También alienta a la destrucción de la ciudad capitalista, y la construcción sobre sus ruinas de una ciudad al servicio de la clase trabajadora. Se observa esta tendencia en la quema de edificios públicos parisinos ante la represión gubernamental. La ciudad se parapeta tras las barricadas, la masacre sucede barrio a barrio, la contrarrevolución vence igual que sucedería más tarde en la Revolución mexicana, rusa o española.

El alimento comenzó a escasear porque los usureros guardaban la comida en almacenes, pero las mujeres deciden asaltar estos almacenes poniendo a disposición popular todos los alimentos. Además, son las mujeres las que en la última semana de la Comuna de París defenderán a sangre y fuego las barricadas en las calles parisinas.

La Comuna de París pone de relieve la distinción entre el tiempo de rutina y el tiempo poético, y se plantea como única salida digna la misma muerte. El aprendizaje personal y colectivo en tan solo unas semanas fue tan intenso que a muchos obreros se les hacía imposible retomar sus vidas anteriores de opresión. Su experiencia vital en ese momento revolucionario fue muy fuerte en cuanto a la práctica de la acción directa y la autoorganización, por lo que prefirieron morir defendiendo las barricadas que volver a su tiempo anterior de rutina, el tiempo poético se impuso como el de verdadero valor.

Bibliografía asociada:

http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-30822019000100013

https://agitacion.wixsite.com/home/post/la-comuna-vive-documentos-sobre-la-comuna-de-par%C3%ADs-tercera-parte

https://elobrero.es/cultura/49466-proceso-y-represion-de-la-comuna-en-paris.html

fuente: TODO POR HACER