Los tiempos rebeldes necesitan de organización, de encontrarse y discutir sobre la humanidad, de obtener nuevas ideas consecuencia de arduos debates y también nuevas estrategias nacidas de la reflexión y el conflicto constructivo. Mientras se escribían las líneas de este artículo, se cumplen 150 años de un congreso internacional antiautoritario donde las ideas librepensadoras y el federalismo anarquista se debatían en la Europa de abajo y a la izquierda de aquellos tiempos. A finales del verano de 1872 se reunió por primera ocasión la Internacional de Saint-Imier, fundada por Mijaíl Bakunin y James Guillaume, tras ser expulsados en el Congreso de La Haya de la Primera Internacional.
Siglo y medio después de aquél encuentro, se han vivido algunos ciclos históricos de revolución y experiencias emancipatorias de la clase trabajadora, pero también la gran derrota obrera que ha supuesto la aplastante imposición del neoliberalismo global. Esto hace que sea más necesario que nunca regresar a un horizonte de organización internacionalista que recoja los ideales humanistas de estos congresos históricos y adaptarlo a la lucha social de la actualidad y la superación del capitalismo.
Orígenes de la Primera Internacional y camino hacia la escisión marxista y bakuninista
Desde la Revolución de 1848 en Europa las jóvenes generaciones de trabajadores, fueron fraguando lentamente movimientos y se fundaron pequeñas organizaciones que veían necesario relacionarse internacionalmente. Entre los años 1862 y 1864 en ciudades como París o Londres, algunos núcleos obreros trabajaron directamente en la labor de esa vinculación. LEER MÁS.
¿Cuándo, cómo y por qué el anarquismo adoptó el esperanto como un signo de identidad? ¿Cuál fue el papel de esa lengua universal durante la Guerra Civil? ¿Cómo es posible que los historiadores no se hayan detenido a analizar la estrecha relación entre ambos movimientos? A través de una investigación pionera, el politólogo Javier Alcalde (Barcelona, 1978) da respuesta a algunas de estas preguntas en Esperanto i anarquisme: els orígens (1887-1907) (Edicions Malcriàs d’Agràcia, 2022). Las otras cuestiones son abordadas en esta conversación.
En 1910, en su congreso fundacional, la CNT anima a sus afiliados a aprender esperanto. ¿Por qué?
«Los anarquistas necesitaban hacer contactos por todas partes, porque su revolución era internacional»
Los anarquistas necesitaban hacer contactos por todas partes, porque su revolución era internacional, y que hubiera una o dos personas políglotas, que normalmente no eran obreros y acababan imponiendo su agenda, no les convencía. No creían en la vanguardia del proletariado, creían que cualquier persona debía poder relacionarse con cualquier otra sin intermediarios. Ahora puede parecer algo naif hablar de fraternidad global y una lengua universal, pero entonces había decenas de grupos esperantistas libertarios en todo el mundo, no se trataba de una utopía. Ambos movimientos comparten ideales. LEER MÁS
La conmemoración del 150 aniversario de la Comuna de París trae a la memoria, en este pandémico 2021, a una mujer poco conocida hoy: Louise Michel. Una mujer fundamental en la genealogía anarquista y feminista de la que procedemos todas aquellas que seguimos sintiéndonos cómodas con la denominación de anarcofeministas en el siglo XXI. Leer más
El 30 de mayo de 1814 nacía Mijaíl Bakunin. Doscientos años después, queremos recordar al hombre cuya vida y obra consiguieron despertar en nosotros/as y en tantos/as otros/as la idea libertaria por la que hoy luchamos. Hemos decidido hacerlo seleccionando dos pequeños extractos de sus dos obras más importantes, Dios y el Estado (1871) y Estatismo y anarquía (1873). El primero de ellos gira en torno a la noción de libertad, el segundo no puede ser más actual en el momento “entre reyes” que acabamos de vivir. Recomendamos encarecidamente la lectura de estos clásicos (fáciles de encontrar en internet para descarga gratuita) no sólo por su valor histórico sino por su vigencia y actualidad casi dos siglos después.LEER MÁS
En los años pasados, en los tiempos de la Internacional, se quería adoptar a menudo la palabra “federalismo” como sinónimo de anarquía; y la fracción anárquica de la gran Asociación (que los adversarios, embebidos de espíritu autoritario, que suelen rebajar las más vastas cuestiones de ideas a mezquinas cuestiones personales, llamaban la “Internacional bakuninista”) era llamada por los amigos indiferentemente “Internacional anarquista” o “Internacional federalista”. Era la época en que la “unidad” estaba de moda en Europa; y no solo entre los burgueses.
Los representantes más escuchados de la idea socialista autoritaria predicaban la centralización en todo, y tronaban contra la idea federalista, que calificaban de reaccionaria. Y en el sentido mismo de la Internacional, el Consejo general, compuesto por Marx, Engels y compañeros socialistas democráticos, intentaban imponer su autoridad a los trabajadores de todos los países, centralizando en sus manos la dirección suprema de toda la vida de la Asociación, y pretendía reducir a la obediencia, o aplastar, a las Federaciones rebeldes, las cuales no querían reconocerles ninguna atribución legislativa y proclamaban que la Internacional debía ser una confederación de individuos, de grupos y federaciones autónomas, ligadas entre sí por el pacto de solidaridad en la lucha contra el capitalismo.
En aquella época, pues, la palabra “federalismo”, si no era absolutamente fuente de equívocos, representaba bastante bien, aunque no fuese más que por el sentido que le daba la oposición de los autoritarios, la idea de libre asociación entre individuos libres, que es el fondo del concepto anárquico.
Pero ahora las cosas han cambiado desde hace tiempo. Los socialistas autoritarios, antes ferozmente unitarios y centralizadores, impulsados por la crítica anarquista, se declaran de buena gana federalistas, como comienzan a decirse federalistas la mayoría de los republicanos. Y por eso hace falta abrir bien los ojos y no dejarse engañar por una palabra.
Lógicamente el federalismo, llevado a sus últimas consecuencias, no solo aplicado a los diversos lugares que los hombres habitan, sino también a las diversas funciones que realizan en la sociedad, llevado hasta lo común, hasta la asociación para un objetivo cualquiera, hasta el individuo, significa lo mismo que la anarquía: unidades libres y soberanas que se federan en beneficio común.
Pero no es este el sentido en que entienden el federalismo los no anarquistas.
De los republicanos propiamente dichos, es decir de los republicanos burgueses no es el caso de ocuparse ahora. Ellos, sean unitarios o federalistas, quieren conservar la propiedad individual y la división de la sociedad en clases; y por eso, como quiera que esté organizada su república, la libertad y la autonomía serían siempre una mentira para el mayor número: el pobre es siempre dependiente, esclavo del rico. El federalismo burgués significaría simplemente mayor independencia, mayor arbitrio para los amos de las diversas regiones, pero no menor fuerza para oprimir a los trabajadores, pues las tropas federales estarían siempre listas para acudir a poner freno a los trabajadores y defender a los amos.
Hablamos del federalismo en su forma política, cualquiera que sean las instituciones económicas.
Para los no anarquistas, el federalismo se reduce a una descentralización administrativa regional y nacional más o menos vasta, salvada siempre la autoridad suprema de la federación. Pertenecer a la Federación es obligatorio; y es obligatorio obedecer a las leyes federales; las cuales deberían regular los asuntos “comunes” a los diversos confederados.
Quien establece luego cuáles son los asuntos que deben dejarse a la autonomía de las diversas localidades, y cuáles los comunes a todos que deben ser objeto de leyes federales, es aun la Federación, es decir es el gobierno central mismo quien lo decide. ¡Un gobierno que pretende limitar la propia autoridad!… Se comprende ya que la limitará lo menos posible y que tenderá comúnmente a sobrepasar los límites que en un principio —cuando era débil— tuvo que imponerse.
Por lo demás, este más o menos de autoridad se refiere a los diversos gobiernos comunales, regionales y centrales en las relaciones que tienen entre sí. El individuo, el hombre, permanece siempre materia gobernable y explotable a discreción, con el derecho a decir por quién le agradaría ser gobernado, pero con el deber de obedecer a cualquiera que sea el parlamento que salga del alambique electoral.
En este sentido, que es el sentido en que existe en algunos países, en el cual lo desean los más avanzados entre los republicanos y los socialistas democráticos, el federalismo es un gobierno que, como todos los demás, está fundado en la minimización de la libertad del individuo, y tiende a volverse cada vez más opresivo, y no halla límite a sus pretensiones autoritarias más que en la resistencia de los gobernados. Somos, por consiguiente, adversarios de este federalismo como de toda otra forma de gobierno.
Aceptaremos en cambio la calificación de federalistas cuando se entienda que toda localidad, toda corporación, toda asociación, todo individuo es libre de federarse con quien más le agrade o de no federarse de modo alguno, que cada cual es libre de salir cuando le plazca de la federación en que ha entrado, que la federación representa una asociación de fuerzas para el mayor beneficio de los asociados y que no tiene, como conjunto, nada que imponer a los federados aislados, y que cada grupo como cada individuo no debe aceptar ninguna resolución colectiva más que cuando le conviene y le agrada. Pero en este sentido el federalismo no es ya una forma de gobierno: es solo otra palabra para decir anarquía.
Y esto vale tanto para las federaciones de la sociedad futura como para las federaciones entre los compañeros anarquistas para la propaganda y para la lucha.
El principio federal, base organizativa del anarquismo
Capi Vidal
Como alternativa a la organización jerarquizada, uniformadora y clasista de los Estados-nación, el anarquismo propuso desde sus orígenes el principio federal, basado en la libre unión de regiones, que respondieran a las necesidades y deseos de las personas, caracterizadas por la diversidad y el derecho al disenso.
Ya los pensadores clásicos, Proudhon, Bakunin y Kropotkin, propusieron un moderno programa federalista, que puede considerarse todavía hoy como el corazón de la teoría anarquista. También, y a pesar de los que digan lo contrario acusando al anarquismo de poco menos que ser una idea atrasada, se trata de propuestas que ya en su momento supusieron un adelanto a lo que tiempo después sería el intento de unificar Europa. En el siglo XIX, parecía imperar la idea nacionalista, con la terrible consecuencia después en el siglo XX (fascismo, totalitarismo, conflictos mundiales, genocidios…), pero pensadores lúcidos como los anarquistas tuvieron una alternativa federalista. Desgraciadamente, recibieron el desprecio, tanto a izquierda como a derecha, empecinados en el centralismo, el autoritarismo y el nacionalismo.
Este movimiento anarquista, desarrollado a finales del siglo XIX y comienzos del XX, se adelantó en décadas a visiones para planificaciones más recientes. Su cometido principal era avisar de que era necesaria una perspectiva regional y federal para solucionar los problemas de Europa, algo que tal vez hubiera impedido el desarrollo de los Estados nacionales y sus terribles enfrentamientos durante el siglo XX. Hoy, como alternativa a la mezquina Unión Europea en la que impera las decisiones de las naciones más fuertes, subordinada además a los mercados del capital, estaría una Europa de las Regiones en las que, como deseaba Bakunin, pudiera sustituirse la autoridad estatal por la libre federación de individuos y comunidades. Las ideas anarquistas continúan pivotando sobre ese principio federal, ya que se considera que los Estados-nación, con sus gobiernos, su clasismo y sus burocracias, son un obstáculo para esa posible unión de regiones en las que la transformación social haya sido posible.