aludos gente que lee!!! Aquí estoy de nuevo, y esta vez traigo el típico tema espinoso con el que no hacer demasiadas amistades. Digo típico por que es un clásico. Y como clásico, considero la usurpación, por no decir robo descarado y escandaloso, tanto del mérito, como de la participación, de los anarquistas en la resistencia en Francia. Ocultación de datos, manipulación, olvidos interesados, todo repetido hasta la saciedad, hasta que se convierta en “verdad”. Y es que no hay como poner la maquinaria de propaganda del “partido” a funcionar, para que se vean los resultados con prontitud. Así que, parte de quienes cuentan la historia, cuentan esta verdad deformada, que quienes vienen detrás toman como verdad absoluta, y mientras no salga nadie a desmentirlo, pues suma y sigue, una historia a la carta. No os preocupéis, también hay mandanga para la burocracia sindical anarquista.
Al igual que en la Guerra Civil Española, el PCE era minoritario al principio de la misma, pero gracias a la ayuda “desinteresada” de la URSS, pasó a ser el gran defensor de la Republica, en tierras francesas pasó tres cuartos de lo mismo. Bueno, no todo el rato, claro, pues en medio apareció ese curioso pacto de “no agresión” entre Hitler y Stalin, que dejó a demasiados comunistas con el pie cambiado y un gesto de incredulidad en la cara.
El 23 de agosto de 1939,se firmaba en Moscú el pacto de no agresión entre Alemania y la URSS. IMANOL
Para quien no lo sepa, el 23 de agosto de 1939, la Alemania nazi y la URSS firmaron un pacto de no agresión, también conocido como pacto Ribbentrop-Molotov, que eran los encargados de los asuntos exteriores de ambos paises. El acto se oficializó en Moscú 9 días antes del principio de la 2ª Guerra Mundial. Además, el pacto también estrechaba los vínculos económicos y comerciales entre ambas potencias, sin olvidar el pequeño detalle del reparto de Polonia.
Así que cuando las tropas hitlerianas entraron en Francia el 10 de mayo de 1940, y 40 días después, ya tenían bajo su control la mitad del país vecino, y la otra mitad sometida bajo un régimen títere, la línea oficial del partido comunista, tanto francés como español, hizo de tripas corazón y decidieron seguir los mandatos del tío Yosiff… en fin, que no había que atacar a las tropas nazis. Por suerte para el mundo, muchas y muchos comunistas, se saltaron la tan cacareada disciplina de partido y pasaron a la acción contra las huestes de Hitler. LEER MÁS
Se cumplen setenta años de la liberación del campo de la muerte de Auschwitz. Con toda probabilidad el nombre que evoca lo más cerca que ha llegado a estar la humanidad del mal absoluto en toda su historia. Y ya es decir.
Auschwitz, y los otros más de 50 «campos de la muerte» diseminados por toda la Europa ocupada, evocados al unísono con ese sólo nombre; y ello sin contar los casi 1000 campos de concentración del Tercer Reich, los más de 1150 guetos y todo lo demás.
Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, hablar de Auschwitz continúa siendo hoy demasiado difícil, demasiado insuficiente, demasiado sobrecogedor. No hay texto ni palabras suficientes para abarcar lo que fue Auschwitz, y mucho menos en un breve artículo, es verdad.
Pero con todo me resulta demasiado inaceptable, que incluso en el día que se recuerda el 70 aniversario de Auschwitz y de todo lo que allí sucedió se permita -se promueva- olvidar que Auschwitz fue el mayor campo de trabajo forzado de la Alemania nazi y que Auschwitz fue también «IG Auschwitz». Filial de IG Farben, el gran cartel empresarial del momento, formado por las empresas Bayer, HOECHST y BASF. Y no digo el gran cartel empresarial «alemán», porque eso tampoco sería verdad, no hasta poco antes de diciembre de 1941 y el ataque a Pearl Harbor. LEER MÁS
Las presas políticas españolas durante el holocausto se organizaban como una especie de familia para ayudarse las unas a las otras a sobrevivir el infierno y para realizar sabotajes.
Carnet de combatiente de Elisa Garrido.
Cuando Lola García Echevarrieta (Bilbao, 1901) llegó al campo de concentración alemán de Ravensbrück, tras un hacinado viaje en los trenes de la muerte, fue estampada con una tenebrosa calificación. Era presa Nacht und Nebel (noche y niebla en alemán), lo que significaba que su destino final sería la cámara de gas. Tenía además prohibida cualquier comunicación con el exterior y viviría en precarias condiciones. Pese a este sello que a ratos pesaba como una losa, se convirtió en algo así como una madre para el resto. Animó, cuidó y ayudó a sus compañeras, quienes establecieron una red matriarcal de cuidados durante el horror de esos días en el campo nazi. LEER MÁS
Coordinado por Miquel Ramos. Colaboraciones de Nora Rodríguez, Jordi Borrás, Román Cuesta, Julián Macías, Al Descubierto, Proyecto UNA, Nuria Alabao y Carles Viñas. Financiado y editado por la Rosa-Luxemburg-Stiftung. 514 páginas.
El informe De los neocón a los neonazis: La derecha radical en el Estado español aporta no solo claves para el análisis, sino una descripción minuciosa de todo el cosmos de la extrema derecha en el Estado español, desde sus expresiones institucionales, con Vox a la cabeza, hasta sus tentáculos en el fútbol, las redes sociales, los influencers y los espacios de generación de pensamiento, como fundaciones o lobbies.
El periodista especializado en extrema derecha Miquel Ramos (@Miquel_R en Twitter) hace un extenso repaso del ideario y el programa político de Vox para entender y situar a la formación política. Pero con las aportaciones de las colaboradoras, el objeto de estudio va más allá: fundamentalismo religioso, la extrema derecha clásica, nostálgicos filofranquistas, grupúsculos neonazis, lobbies, fake news, medios de comunicación de extrema derecha, etc. Es decir, todo el entramado del universo de la extrema derecha, que siempre estuvo aquí, nunca se marchó y que, lejos de desaparecer, parece cobrar fuerza como ese abismo, ese lugar oscuro al que nunca quisimos mirar y que ahora nos pone frente a un espejo en el que nos cuesta reconocernos como sociedad.
Como muestra de lo actual que es este trabajo, cabe destacar que incluye un capítulo entero dedicado al comportamiento de la ultraderecha durante la pandemia de la Covid-19.
Esta publicación consigue no solo mapear y dibujar la extrema derecha en el Estado español, sino desnudarla con rigor y gran nivel de detalle. Esta investigación nace con la vocación de perdurar en el tiempo. Más allá de los análisis coyunturales, que inevitablemente son objeto de estudio, puesto que, en los años de la Covid-19, las estrategias de la extrema derecha adquieren su máxima expresión, este informe trata de sistematizar todo un conocimiento, monitoreo y activismo que lleva haciéndose desde hace años por parte de activistas y periodistas comprometidos. Por ello, las autoras quieren que sea un lugar de referencia y un manual de consulta perpetuo.
Actualmente se está publicando por capítulos, como si fueran fascículos, de manera gratuita, en la página web de la Fundación Rosa Luxemburgo y el informe completo puede solicitarse por correo electrónico escribiendo a info.madrid@rosalux.org.
Pocos testimonios del siglo XX pueden comparase al del italiano Primo Levi (1919-1987), superviviente y testigo de Auschwitz y, por extensión, del mal del siglo XX. Detenido cuando formaba parte de “Justicia y Libertad”, organización que luchaba en la resistencia contra el fascismo en Italia, es enviado al Lager que ha dado nombre al sistema concentracionario nazi, no ya por su militancia política, sino por su condición de judío. Tras su regreso, se convierte en testigo del siglo XX, pero no sólo por lo que atañe a la historia sino, sobre todo, por lo que se refiere a la condición humana.
Toda la obra de Primo Levi es en el fondo una interrogación sobre el ser humano. Su obra se enmarca en una viejo tópico que en aquellos años adquiere todavía más relevancia, pues los acontecimientos históricos subrayan como nunca el carácter deíctico de la expresión Ecce homo. Aparecen obras como la de Gino Gregori, Ecce homo Mauthausen, o un breve escrito de Natalia Ginzburg titulado “El hijo del hombre”, donde con claras reminiscencias evangélicas define una época, la de la guerra, como hostil al hombre: no había guarida ni lugar donde reposar la cabeza. También Alberto Moravia habla de que los horrores del totalitarismo muestran que el ser humano todavía no es un fin en sí mismo, que la humanidad del hombre es todavía aquello a alcanzar.
Primo Levi se inserta en este contexto con su primera obra: Si esto es un hombre. Philip Roth dijo que fue para él el libro más importante, porque “después de haberlo leído, nadie puede decir que no ha estado en Auschwitz”. Decía Levi que en su estancia en el laboratorio de química del Lager, así como en los momentos de tregua, en la enfermería y en los domingos en los que no trabajaba, nacía la pena de recordar, el viejo y feroz deseo de “sentirse hombre”. Y ya allí empezó su tarea de cronista del horror. Pero, sin duda, es al regresar cuando el escritor judío siente la necesidad de dar expresión a su experiencia concentracionaria, como el Ulises que ha regresado a Ítaca o el soldado que regresa del poeta romano Tibulo. Levi dirá que al volver del cautiverio las experiencias vividas le quemaban por dentro, y que se “sentía más cerca de los muertos que de los vivos, y culpable de ser hombre, por ser los hombres quienes habían edificado un lugar como Auschwitz” (Il sistema periódico, en Tutti i raconti, Einaudi, Torino, 2005, p. 501). Pensaba que, si contaba su experiencia, se purificaría, aunque, como el viejo marinero de Coleridge, semejara un aparecido, un muerto entre los vivos al que difícilmente querrían escuchar.
El título de la obra mencionada es elocuente: Si esto es un hombre. El nombre fue tomado, por el editor, del poema “Shemá” (anteriormente llamado “Salmo”). En este poema, incluido como prefacio a la obra, Levi nos demanda que consideremos si podemos hablar de humanidad al mirar a Auschwitz. El carácter condicional del título remite a la incertidumbre del autor sobre el ser humano abatido. El poema dice así:
Los que vivís seguros, en vuestras casas caldeadas los que os encontráis al volver por la tarde, la comida caliente y los rostros amigos. Considerad si es un hombre quien trabaja en el fango quien no conoce la paz quien lucha por la mitad de un panecillo quien muere por un sí o por un no. Considerad si es una mujer quien no tiene cabellos ni nombre ni fuerzas para recordarlo vacía la mirada y frío el regazo como una rama invernal. Pensad que esto ha sucedido: os encomiendo estas palabras. Grabadlas en vuestros corazones, al estar en casa, al ir por la calle, al acostaros, al levantaros; repetídselas a vuestros hijos. O que vuestra casa se derrumbe, la enfermedad os imposibilite, vuestros descendientes os vuelvan el rostro.
Primo Levi, Si esto es un hombre, trad. de Pilar Gómez Bedate, Muchnik Editores, Barcelona, 2003 [1958], 3ª ed. pp. 13-14.
El llamado al lector se expresa en el título del poema: “Shemá” (“escucha”) de Deuteronomio 6:3-9, libro que constituye una reafirmación del pacto entre Dios e Israel establecido en el Sinaí, tras haber perecido una generación en el exilio del desierto. El texto en cuestión es una afirmación de la unicidad del Dios de Israel, así como del carácter escogido del pueblo a pesar de ser uno de los más humildes de la tierra. Y se exhorta a que el pueblo escuche y transmita la ley de Dios a las siguientes generaciones. Levi, tras el regreso del éxodo que constituye Auschwitz, insta a una especie de pacto de la humanidad, un pacto que lleve a la reflexión sobre el ser humano y, al mismo tiempo, a la exigencia de no olvidar.
Pero, a diferencia de la majestad de Dios, el poema de Levi enseña y llama a consideración la fragmentación del hombre, mediante el uso del demostrativo en las expresiones condicionales: “se questo è un uomo”, “se questa è una donna”. El poema apela al lector a considerar la condición del hombre y de la mujer en Auschwitz. El “si” del verso y del título de la obra introduce un carácter hipotético, porque como afirma Levi, explícitamente al final de su primera gran obra, sólo se puede hablar del Lager “en condicional”. Las palabras pierden su sentido para expresar la condición del ser humano en el Lager; pues el hambre, la sed, el frío, etc. allí son algo distinto, como elocuentemente expresaba el título de la obra de Piero Caleffi: Si fa presto a dire fame. Sólo se pueden usar esos términos por aproximación, “como si fuera así”, pero hay una distancia con la experiencia vivida. Y este carácter hipotético se manifiesta también en que el hombre en el Lager vive en un mundo en que el prisionero está a merced del capricho de sus amos: “se puede morir por un sí o por un no”.
En el poema destacan los verbos “considerad” (dos veces) y “pensad”, dirigidos a los que tienen alimento y están en sus casas, las condiciones de las que los prisioneros carecían, y que les llevaba a la deshumanización, al olvidarse de todo cuanto constituía su identidad. A diferencia del texto del Pentateuco, sólo hay maldiciones si no se escucha; la única bendición, implícita, pero no menor, consiste en la posibilidad de no dejar de ser hombres al ser partícipes del relato del superviviente. Nuestra humanidad se afirma al escuchar y reintegrar a la humanidad a quien fue despojado de ella. Sólo así puede el superviviente dejar de ser hombre en condicional, y serlo realmente, en indicativo.
Pero la deshumanización no sólo afecta a lo físico, sino también a lo moral. De hecho, para el escritor italiano, era más difícil sobrevivir moralmente que físicamente. En el capítulo titulado irónicamente “Más acá del bien y del mal” de su primera obra, Levi dice que había que colgar los valores morales a la entrada para poder sobrevivir; unos lo hacían con más empeño, otros con menos. De hecho, dirá Levi, por lo general, los mejores moralmente no sobrevivieron, a no ser por la fortuna o por tener algún oficio, como el de químico, que le permitió al autor ser un privilegiado en aquella situación. Así, la falta de piedad, el no rebelarse ante las injusticias cometidas contra uno mismo y contra los demás provocaba la negación de los valores básicos.
Según el biógrafo Ian Thomson, a Primo Levi, al marchar de Turín y ver desde lejos la famosa Mole Antonelliana (edificio destinado originariamente a ser una sinagoga y que actualmente es un museo de cine), le pareció estar despidiéndose del mundo humano. Tal vez por ello, el título del capítulo recuerda irónicamente al Nietzsche del Más allá del bien y del mal (quien llamó “Ecce homo” a ese edificio emblemático de Turín), y nos muestra una situación de caos, previa a cualquier tipo de mundo moral posible para que puedan habitar los hombres. Por ello, se pregunta Levi, dirigiéndose de nuevo al lector, qué parte de nuestro mundo moral podría subsistir ahí dentro: “qué sentido pueden tener en el Lager nuestras palabras ‘bien’ y ‘mal’, ‘justo’ e ‘injusto’”; o “cuánto de nuestro común mundo moral puede resistir más acá de la alambrada”.
Tras este diagnóstico sobre el ser humano, es obvio que la memoria, el testimonio, no sólo ha de tener un carácter pasado. Ha de tener también un papel admonitorio. Para Levi, el principio de que “todo extranjero es un enemigo” está asentado en nuestras almas como una “infección latente”. Y cuando esta idea se convierte en la premisa mayor de un silogismo, al final de la cadena está el Lager. Por ello, la historia de los campos de exterminio debería ser para todos “una siniestra señal de peligro”, como memoria hacia delante, como admonición, que abre la posibilidad de la bendición o la maldición en función de cómo escuchemos las palabras del testimonio. Así nos conmina de nuevo el superviviente de Auschwitz en el texto que escribió para el memorial de los italianos muertos en Auschwitz.
En este lugar donde nosotros, inocentes, hemos sido asesinados, se ha tocado el fondo de la barbarie. Visitante: observa los vestigios de este campo y medita: de cualquier país del cual provengas, no eres un extraño. Haz que tu viaje no sea inútil, que nuestra muerte no haya sido inútil. Para ti y para tus hijos, valga la advertencia; haz que el fruto horrendo del odio, del cual has visto aquí las huellas, no dé una nueva semilla ni mañana ni nunca.
Traduzco del texto “To the visitor”, compilado en The Black Hole of Auschwitz, trad. de Sharon Wood, Polity Press, Cambridge, UK, Malden, USA, p. 72.
Landauer explica el cambio en el subtítulo del Sozialist a “Semanario por el Anarquismo y el Socialismo” (Organ für Anarchismus-Sozialismus). El texto ofrece perspectivas sobre la comprensión temprana del anarquismo en Landauer, su relación con el socialismo, y los prospectos de una sociedad anarquista futura. Originalmente publicado como “Anarchismus — Sozialismus” en el Der Sozialist, un 7 de Septiembre de 1895.
Semanario por el Anarquismo y el Socialismo — esto es lo que dice nuestro periódico. Anarquismo es la finalidad que perseguimos: la ausencia de dominación y del estado; la libertad del individuo. Socialismo es el medio mediante el cual queremos alcanzar y asegurar esta libertad: solidaridad, compartir, y trabajo cooperativo.
Algunas personas dicen que hemos invertido las cosas al hacer del anarquismo nuestra finalidad y del socialismo nuestro medio. Ven ellos la anarquía como algo negativo, como la ausencia de instituciones, mientras que el socialismo indica un orden social positivo. Piensan que la parte positiva debiese constituir la finalidad, y la negativa el medio que puede ayudarnos a destruir lo que sea que nos frena de alcanzar la finalidad. Estas personas no comprenden que la anarquía no es solo una idea abstracta de la libertad sino que nuestras nociones de una vida libre y de actividad libre incluyen mucho de lo que es concreto y positivo. Habrá trabajo — con un propósito y justamente distribuido; pero solo será un medio para desarrollar y fortalecer nuestras ricas fuerzas naturales, para impactar en nuestros semejantes seres humanos, la cultura, y la naturaleza, y para disfrutar de las riquezas de la sociedad en su plenitud.
Quien sea que no esté cegado por los dogmas de los partidos políticos reconocerá que el anarquismo y el socialismo no se oponen sino que son co-dependientes. El verdadero trabajo cooperativo y la verdadera comunidad puede solamente existir donde los individuos sean libres, y los individuos libres pueden solamente existir donde las necesidades se satisfacen a través de la solidaridad fraternal.
Es imperativo luchar contra los falsos clamores social demócratas de que el anarquismo y el socialismo son tan opuestos como “el fuego y el agua.” Quienes claman tales cosas usualmente argumentan así:
Socialismo quiere decir “socialización.” Esto quiere decir a su vez que la sociedad — un término vago que usualmente abarca a todos los seres humanos que habitan la tierra — estará amalgamada, unificada, y centralizada. Los supuestos “intereses de la humanidad” se convierten en la más alta ley, y los intereses específicos de ciertos grupos sociales e individuos se vuelven secundarios. El Anarquismo, por otra parte, quiere decir, individualismo, es decir, el deseo de los individuos de reafirmar el poder sin límites; implica atomización y egoísmo. Como resultado, tenemos opuestos incompatibles: socialización y sacrificio individual por un lado; individualización y egocentrismo por el otro.
Pienso que es posible ilustrar las desventajas de estos supuestos a través de una simple alegoría. Imaginemos un pueblo que experimenta sol y lluvia. Si alguien sugiriera que el único modo de proteger al pueblo contra la lluvia es construyendo un techo enorme que cubra todo y que estará siempre ahí, sea que llueva o no, entonces esto sería una solución “socialista” de acuerdo a los social demócratas. Por otra parte, si alguien sugiriera que, en caso de lluvia, cada individuo ha de tomar uno de los paraguas del pueblo y que aquellos que lleguen tarde simplemente es mala suerte, entonces esta sería una solución “anarquista.” Para nosotros socialistas anarquistas ambas soluciones nos parecen ridículas. Ni queremos forzar a todos los individuos bajo un techo común no queremos terminar a puñetazos por paraguas. Cuando sea útil, podemos compartir un techo común — en tanto pueda ser removido cuando no sea útil. Al mismo tiempo, todos los individuos pueden tener su propio paraguas, en tanto sepan cómo encargarse de ellos. Y respecto a quienes desean mojarse — bueno, no les forzaremos a mantenerse secos.
Dejando las alegorías a un lado, lo que necesitamos es lo siguiente: asociaciones de la humanidad en asuntos que conciernan a los intereses de la humanidad; asociaciones de un pueblo en particular en asuntos que conciernan a los intereses de un pueblo en particular; asociaciones de grupos sociales en particular en asuntos que conciernan a los intereses de grupos sociales en particular; asociaciones de dos personas en particular en asuntos que conciernan a los intereses de dos personas en particular; individualización en asuntos que conciernan a los intereses del individuo.
En vez del estado nacional y el estado mundial con que sueñan los social demócratas, nosotros los anarquistas queremos un orden libre de asociaciones y compañías múltiples, entrelazadas, coloridas. Este orden estará basado en el principio de que todos los individuos están más cercanos a sus propios intereses, y de que sus camisas están más cercanos a ellos que sus chaquetas. Rara vez será necesario dirigirse a toda la humanidad para lidiar con un problema específico. Por lo tanto, no hay necesidad de un parlamento global o de ninguna otra institución global.
Hay asuntos que conciernen a toda la humanidad, pero en tales casos los distintos grupos encontrarán modos de llegar a soluciones en común. Tomemos el asunto del transporte internacional y sus intrincados horarios como ejemplo. Aquí, los representantes de cada país hallan soluciones a pesar de la ausencia de un poder coordinador superior. La razón es simple: la necesidad lo requiere. Es por ende difícilmente sorprendente que yo opine que el Reichskursbuch es la única publicación burocrática digna de leer. [1] Estoy convencido de que este libro recibirá más honores en el futuro que los libros de leyes de todas las naciones juntas!
Otros asuntos que requerirán de atención global son las medidas, los términos científicos y técnicos, y las estadísticas, que son de gran importancia para la planificación económica y para otros propósitos. (Aunque, son mucho menos importantes de lo que piensan los social demócratas, quienes quieren convertirlas en el trono sobre el cual construir la dominación global del pueblo.) Aquellos que no están condenados a la ignorancia por las condiciones que los poderosos les fuerzan pronto harán uso apropiado de las estadísticas sin institución global alguna. Habrá probablemente una organización global de algún tipo que compile y compare distintos datos estadísticos, pero no jugará un rol muy significativo y nunca constituirá una fuerza política poderosa. ¿Hay intereses comunes dentro de una nación? Hay algunos: el lenguaje, la literatura, las artes, las costumbres, y los rituales, todos tienen características nacionales específicas. Sin embargo, en un mundo sin dominación, sin “territorios anexados” y la idea de “tierra nacional” (tierra que ha de ser defendida y expandida), tales intereses no significarán lo que significan hoy. El concepto de “trabajo nacional,” por ejemplo, desaparecerá por completo. El trabajo se estructurará en modos que no seguirán al lenguaje o a la etnografía. Para las condiciones de trabajo en las comunidades locales, tanto la geografía como la geología son muy importantes. Pero ¿qué tienen que ver nuestros estados nación con estas realidades? (En cuanto a las diferencias en el lenguaje, son mucho menos desafiantes de lo que generalmente se imagina.)
Hablando de trabajo, hay distintas corrientes dentro del campo anarquista. Algunos anarquistas propagan el derecho al libre consumo. Creen que todos los individuos deben producir de acuerdo a sus habilidades y consumir de acuerdo a sus necesidades. Mantienen que nadie sino el individuo puede saber cuáles son sus habilidades y necesidades. La visión es tener bodegas rellenadas por el trabajo voluntario de acuerdo a las necesidades de las personas. El trabajo se hará puesto que cada individuo comprenderá que la satisfacción de las necesidades de todos requiere de un esfuerzo colectivo. Las estadísticas y la información sobre las condiciones de trabajo en comunidades específicas proveerán de directrices sobre cuánto producir y sobre cuánto trabajo será necesario, tomando en cuenta tanto la tecnología como la fuerza de trabajo general. La necesidad de obreros será anunciada públicamente a todos quienes sean idóneos. Aquellos que se rehusen a trabajar — por completo o parcialmente — aún cuando podrían, se verán en un ostracismo social.
Creo que este es un resumen preciso e imparcial de las ideas de los comunistas. Ahora quiero explicar por qué considero estas nociones de la organización del trabajo insuficientes e injustas.
No las creo imposibles. Creo que el comunismo y el derecho al libre consumo pueden existir. Sin embargo, creo que muchas personas escogerán no trabajar. El ostracismo social les importará poco — pueden asegurarse de apoyo mutuo y respeto entre sus pares.
Aunque este no es el mayor problema. El mayor problema es que se creará una nueva autoridad moral; una autoridad moral que declara como “los mejores seres humanos” a quienes trabajan más duro, a quienes están preparados para hacer el trabajo más difícil y sucio, y quienes hacen sacrificios por los débiles, los holgazanes, y los aprovechados. La restricción de tal moral y las recompensas sociales que promete serán por lejos peores y más peligrosas que la restricción más aceptable que conocemos: el egoísmo. He llegado a esta opinión luego de mucha contemplación. Una sociedad basada en la restricción de la moral será por lejos más unidimensional e injusta que una sociedad basada en la restricción del interés personal.
Los anarquistas que comparten esta opinión ven una conexión entre el trabajo de los individuos y su consumo. quieren organizar el trabajo sobre la base del egoísmo natural. Esto quiere decir que quienes trabajan lo harán primordialmente para sí mismos. En otras palabras, quienes se unen a una línea particular de trabajo lo harán porque esperan ciertas ventajas personales de ello; quienes trabajan más que otros lo harán porque tienen más necesidades que satisfacer; quienes hacen el trabajo más difícil y sucio (trabajo que siempre habrá que hacer, aún si es de un modo menos espantoso que hoy) lo harán porque — contrario a hoy — este trabajo será el más valorado y pagado más alto. La crítica a este tipo de organización del trabajo es principalmente triple: primero, uno lo ve como una injusticia contra el intelectualmente o físicamente débil; segundo, uno teme que las riquezas individuales serán acumuladas y que nuevas formas de explotación surgirán; tercero, uno se preocupa de que una clase exclusiva de productores obtendrá y defenderá privilegios.
Yo considero que todas estas preocupaciones son infundadas. Es cierto que habrá diferenciación del trabajo. Sin embargo, si las personas están bien educadas y sus talentos bien nutridos, entonces todos encontrarán fácilmente trabajo que se adecue a sus cualificaciones. Unos encontrarán que el trabajo intelectual les es adecuado, otros el trabajo manual, etc. A quienes no pueden trabajar — los discapacitados, los ancianos — se les proveerá de muchos modos, tal como a los niños se les provee. El principio de apoyo mutuo será central. Será imposible que los individuos acumulen riquezas conduciendo la explotación, pues todos en una sociedad anarquista comprenderán que el uso común de la tierra y de los medios de producción es de su interés individual. Como resultado, quienes trabajen más duro podrán obtener ventajas en términos de propiedad personal, pero no obtendrán ningún medio de explotación.
Finalmente, ningún grupo obtendrá nada al tornarse exclusivo. Serán boicoteados al instante. Si cierto grupo obtuviese alguna vez ventaja en cierto área de la producción, aparecerían nuevos productores y no tardaría mucho antes que se reestablezca en equilibrio justo. Cuando los trabajadores van y vienen libremente y cuando hay real libre competencia entre seres humanos iguales, entonces las desigualdades permanentes se tornan imposibles.
No es inconcebible que la organización del trabajo, como la he delineado, pueda adoptar las dos formas simultáneamente en distintas regiones o en distintos campos del trabajo. La experiencia práctica pronto determinará la forma más viable. En cualquier caso, la finalidad de ambas formas es la misma: la libertad del individuo sobre la base de la solidaridad económica. No hay razón para discutir sobre los detalles organizativos de la sociedad futura. Es mucho más importante combinar nuestras fuerzas para establecer las condiciones sociales que permitan las experiencias prácticas que determinarán estos asuntos.
La anarquía no es un sistema sin vida de pensamientos prefabricados. La anarquía es vida; la vida que nos espera después que nos hayamos liberado del yugo. — [1] Reichskursbuch: antiguo horario de trenes nacionales alemán.
Hannah Arendt y María Zambrano representan dos de las cumbres del pensamiento filosófico del siglo XX. Un periodo histórico que sintieron y pensaron en y desde lo más íntimo. Olga Amarís Duarte, doctora en Filosofía y traductora, publica un libro fundamental para acercarse a ambas figuras a través de la dolorosa, pero también enriquecedora, vivencia del exilio que ambas sufrieron. “El exilio es, pues, creador”, dejó escrito María Zambrano (1904-1991). Tanto la pensadora malagueña como Hannah Arendt (1906-1975) padecieron, de primera mano, los horrores de tan problemática experiencia, alienadora como pocas pero también rica en contrastes. Una experiencia que Olga Amarís Duarte toma como centro neurálgico de su nueva obra, Una poética del exilio. Hannah Arendt y María Zambrano (Herder), redactado con una prosa muy fluida y con profundo conocimiento del pensamiento de sendas mujeres, cualidades que invitan a cualquier lector, lego o especializado, a introducirse en los complejos y apasionantes vericuetos del pensar de ambas.
Escribe la autora en el prefacio que “todo exilio tiene una faceta de conquista y todo exiliado es un conquistador en potencia que irrumpe con su conspicua diferencia en una sociedad que, en principio, no cree necesitarle”. Por eso, continúa, “la gran proeza del exiliado consiste en hacerse imprescindible por insustituible”. Y, desde luego, Arendt y Zambrano se hicieron imprescindibles como conocedoras de primera mano de un tiempo de oscuridad (como Arendt lo denominó), en el que los totalitarismos y los señalamientos se convirtieron en moneda corriente de una Europa que naufragaba en términos políticos, sociales y antropológicos.
Es además nuestro tiempo, como recuerda Duarte, “el de los setenta millones de desplazados forzados”; un tiempo en el que la experiencia del destierro, del exilio y de la errancia vuelven a estar tristemente en boga. Fundamentalmente porque, a fin de cuentas, constituye una vivencia común: el exilio lo sufre quien lo experimenta en sus propias carnes, pero también el espectador que asiste a él. Por eso, se apunta en este libro, se hace urgente “pensar y repensar el exilio como lo hicieron María Zambrano y Hannah Arendt, sin escatimar en los sinsentidos y en el horror, para llegar, finalmente, a comprenderlo en su totalidad poliédrica”.
Ello por una razón muy clara, que Arendt expresa con dureza teórica y retórica en el prólogo de Los orígenes del totalitarismo (1951), en un fragmento que Olga Amarís Duarte recoge en su obra y que supone el pistoletazo de salida de su libro:
La comprensión no significa negar el horror, deducir de precedentes lo que no tiene igual o explicar los fenómenos mediante tales analogías y generalidades que no se sientan ya ni el impacto de la realidad ni el choque de la experiencia. Significa, más bien, examinar y soportar de forma consciente el fardo que nuestro siglo ha puesto sobre nosotros sin negar su existencia ni someterse dócilmente a su peso. La comprensión, en suma, implica un enfrentamiento no premeditado, atento y resistente con la realidad, cualquiera que ésta sea.
Duarte expresa de una forma sencilla lo complejo. Con la habilidad del escultor experimentado, este imperdible volumen muestra cada pormenor con suavidad, sin perder con ello ningún detalle por el camino. Es un libro que se lee con gusto literario, con el que se aprende y se viaja a hombros de Arendt y Zambrano: sintiendo, padeciendo, educándonos con ellas. Porque si en algo creyeron ambas autoras fue en esa antigua paideia (formación o educación) griega, que cincela el espíritu no tanto para contar con las herramientas intelectuales necesarias como para tener el valor suficiente para no sortear la realidad.
Tanto Zambrano como Arendt, desde sus particulares y tan distintos estilos, trascendieron su propia realidad, mas no para soslayarla, sino para poder convivir con la inquietud que les suscitaba, en una labor constructora del exiliado. Como apunta Duarte, en ambas pensadoras “el exilio se convierte en un acontecimiento propiciatorio e iniciático que, en complicidad con los tejemanejes de la historia, logra aquello que el místico sólo consigue empezar a vislumbrar tras arduos ejercicios ascéticos”, de manera que “alcanza en el salto abismático hacia lo desconocido un estado total de desarraigo”. Tanto Arendt —con su concepto de “vida desnuda”— como Zambrano —con la experiencia descarnada del exilio— reivindican más justamente “la posición privilegiada del límite que se abre en toda crisis para empezar a poner los cimientos de un modo alternativo de expresión y de intelección capaz de comprensión total de la realidad, incluyendo aquellas regiones desterradas”. En esto fueron maestras y, casi se puede decir, guías espirituales.
Pero no. Ni en Zambrano ni en Arendt el pensamiento queda petrificado en las zonas etéreas de la filosofía. Ambas pujan por tocar el suelo de la realidad, de su realidad, para pensarla y, a partir de ese contacto filosófico, emerger en y con la acción. Hay que comprenderlo todo y del todo, aunque no por un gusto fatuo o diletante por lo teórico, sino, más bien, con la mente puesta en la acción que, también y por supuesto, se traduce a veces en el pensar. Pero un pensar sin acción resulta inoperante y vacío.
En este sentido apunta muy certeramente Olga Amarís Duarte que no debemos creer, sin embargo, que “la experiencia del exilio es concebida por ambas autoras como un estado pasivo de aceptación y de sublimación de los acontecimientos de la época”. En Arendt, por ejemplo, “el refugiado se convierte en partícipe de la vita activa, influyendo y conformando la esfera pública mediante sus actos y sus palabras”; en Zambrano, se resurge a una vida nueva que “va instituyendo una patria tras otra, porque todas las ciudades han sido fundadas un día por un extranjero que vino de lejos con la sola intención de crear, de dar sin más”.
Un libro necesario, de prosa excelente y cautivadora, y sin duda uno de los ensayos más relevantes publicados en nuestro idioma en los últimos años. Un viaje tan detallado como agradable por el corazón y las vivencias de dos pensadoras que se dejaron la vida en el desarrollo de su propio pensar:pensaron porque vivieron y vivieron porque pensaron. Quizá en esta doble direccionalidad se encuentre su mayor hondura: en la decisión de existir en la tensión del pensamiento que se implica con los retos de su tiempo. Inexcusablemente.
La búsqueda conjunta de un sentido al sinsentido en los que el ejercicio de pensar anduvo en cuarentena,el descubrimiento y el desarrollo de una línea de pensamiento muy singular y personal, en crítica abierta contra el canon y porosa a fuentes de conocimiento más alternativas y de carácter tan subjetivo como los sueños, la imaginación y la tradición religiosa, son algunos de estos puntos de conexión en dos discursos que se dan la mano, aun en la distancia.
Olga Amarís Duarte, Una poética del exilio, p. 305.