Hacer sindicato, hacer el futuro

José Luis Carretero Miramar

A día de hoy, 6 de marzo de 2019, la OCDE ha informado de que una nueva recesión económica está a las puertas de Europa. La desaceleración es ya un hecho en Alemania y la destrucción de fuerzas productivas ha alcanzado a Italia, mientras los perversos efectos de la guerra comercial iniciada por el presidente norteamericano Donald Trump con el resto del mundo empiezan a notarse por doquier, desde las exportaciones automovilísticas alemanas a las cuentas de los grandes gigantes empresariales chinos.

Europa, además, tiene sus propios problemas graves: el Brexit que inicia un proceso que puede llevar a la fragmentación futura de la Unión, los desequilibrios crecientes entre el Sur y el Norte de la UE, los enfrentamientos velados entre la burocracia de Bruselas y el llamado Grupo de Visegrado (un conjunto de países del Este que critican fuertemente la política migratoria de la Unión y que se articulan entorno al proyecto populista de la ultraderecha). Y, muy señaladamente, la cada vez más extendida conciencia de que las medidas implementadas para combatir la crisis del 2007 en la Eurozona (la combinación de austeridad para las clases populares y flexibilización cuantitativa para las grandes empresas y las entidades financieras) realmente no han solucionado nada. El Banco Central Europeo avisa de que concederá más liquidez (más dinero de los contribuyentes) a los bancos y de que no subirá los tipos de interés como estaba previsto, en un reconocimiento tácito de que las cosas van peor de lo que se pensaba y de que la crisis, que nunca terminó de remontarse, vuelve a apuntar en el horizonte. Algo que era de esperar, porque realmente no estamos ante una crisis coyuntural más del capitalismo, sino ante una auténtica sacudida de sus más profundos cimientos en un movimiento caótico que nos llevará en una dirección inédita.

Y en esta crisis, que es también una acusada crisis de valores y de las narrativas sociales que nos han acompañado desde hace décadas, aparecen también los monstruos: la ultraderecha avanza en todo el mundo. Gana elecciones en Estados Unidos, América Latina y Europa. Construye una auténtica internacional de la intolerancia y la insolidaridad. Empieza a despuntar, también, en nuestro país. Y deja a las claras, allá donde gobierna, su evidente pero en ocasiones oculta vinculación con lo que más desean los capitalistas: las reducciones de impuestos a los ricos de Trump o del gobierno italiano, las medidas draconianas y autoritarias, cercenando derechos civiles, de Bolsonaro o Salvini, y la agresión directa a los intereses de la clase obrera, concretada en medidas como la Ley de esclavitud de Orbán en Hungría (una ley que permite hacer 400 horas extra al año a los trabajadores, que podrán ser compensadas por el empleador en los tres años siguientes, entre otras medidas antisociales) o la pretensión brasileña de hacer desaparecer los juzgados laborales, obligando a que las reclamaciones de los trabajadores se vean ante los juzgados civiles y con la legislación común de los contratos.

Pero lo más preocupante de todo no esto, sino la absoluta parálisis e inanidad de la izquierda parlamentaria socialdemócrata o neopopulista. Su incapacidad para estar a la altura de la brutal apuesta de las clases dirigentes, que se saben en una gran encrucijada histórica y quieren garantizar que el rumbo que toma nuestra sociedad en decadencia es favorable a sus intereses y, por tanto, absoluta y dramáticamente contrario a los nuestros.

El desarme de la clase trabajadora por décadas de sindicalismo burocratizado, apaciguamiento parlamentario, discursos de negación de la existencia de la propia clase obrera y luchas intestinas alimentadas por egos desbocados y maniobras oscuras, parece indicar que no hay salida posible a las puertas de este abismo, ante esta mutación radical de nuestro mundo que va a hacer que lo que vivan nuestros hijos vaya a ser, en todo caso, muy diferente a los que nosotros vivimos. Y esto, nos dicen algunos apurando la mirada sombría sobre lo narrado, quiere decir que será mucho peor.

Sin embargo, este pesimismo radical y desmovilizador no agota lo real. La realidad es mucho más rica y ambivalente. Hace poco se produjo en la India la huelga general más masiva de la historia, la revuelta de los chalecos amarillos en Francia ha hecho recular al gobierno ultraliberal de Emmanuel Macron, los obreros chinos empiezan a movilizarse por sus derechos laborales, en Serbia, en Rumanía, en América Latina, en todas partes, millones de hombres y mujeres de la clase trabajadora muestran su disconformidad y su voluntad de lucha. La huelga transnacional de los trabajadores de Ryanair ha arrancado mejoras frente a una multinacional que usaba extensivamente las oportunidades que le daba la globalización para enfrentar a unos trabajadores con otros. La utilización de unos jóvenes estudiantes como mano de obra no reconocida en las factorías chinas ha motivado concentraciones de protesta de grupos de trabajadores ante las puertas de las sedes de todo el mundo de una enorme multinacional tecnológica.

El curso del futuro no está decidido. Lo hacemos paso a paso y día a día con cada una de nuestras actividades y palabras. Al decir lo que decimos, decimos el mundo. Al hacer hoy lo que hacemos, conformamos la realidad que nos encontraremos mañana. Y los trabajadores, al trabajar y construir las fuerzas productivas que, convenientemente transformadas para hacerlas sostenibles y humana y socialmente vivibles, nos rodean, preparan la sociedad de la abundancia de vida del mañana.

El sindicalismo revolucionario tiene en todo esto una amplia labor que hacer. Nuestras luchas importan mucho más de lo que marca la vulgata socialdemócrata o posmoderna. Constituyen el dique de contención de la degradación neoliberal en lo cotidiano, tanto como un embrión de las formas sociales del mañana y una escuela donde la clase trabajadora aprende a hacerse dueña de su destino. Donde todos y todas aprendemos a convivir y funcionar en plano de igualdad y a hacer frente a los miedos, las contradicciones, las esperanzas y los problemas de la lucha contra un enemigo que, de momento, es más fuerte.

La alternativa a este sistema senil y degradado es la construcción de una amplia red de lucha, resistencia y creación de la clase trabajadora. Lucha contra la injusticia y por los medios de vida en lo inmediato, por el salario y las condiciones de trabajo hasta tanto el trabajo mismo deje de ser la condena a la explotación y se convierta en el derecho a hacer el mundo colectivamente desde la autogestión y la cooperación. Resistencia contra las agresiones contra nuestra clase y contra todas las fuerzas progresistas de la sociedad, en defensa de los derechos civiles, de la igualdad entre hombres y mujeres, de la paz entre los pueblos. Creación de nuevas relaciones sociales, de alternativas prácticas y reales, de nuevas formas de funcionar que hagan de la democracia una palabra que signifique claramente participación igualitaria, autonomía, asambleísmo y libre iniciativa, y no delegación, mercadeo de votos y circulación de las élites.

La clase obrera sigue teniendo una alternativa de conjunto a este sistema. Una alternativa ecosocialista y libertaria. Autogestionaria, federalista, feminista y comunista, en el mejor sentido de estas palabras. Una alternativa hecha de luchas reales y construcción popular. Una alternativa capaz de renovar su relato sin perder su esencia anticapitalista, sin caer en el humanismo abstracto de los socialdemócratas y en el vacío y la adoración de los líderes providenciales que siempre nos traicionan de los populistas.

Esa alternativa necesita de tres elementos fundamentales para crecer y hacerse de nuevo masiva: organización, pedagogía e internacionalismo.

Organización. Pero organización para la lucha, sin burocracia, sin mediaciones innecesarias, sin autoritarismo ni división entre masas obedientes y minoría mandante. Organización participativa desde la igualdad. Tenemos un auténtico “derecho obrero” de más de doscientos años que nos da pistas de que normas nos tenemos que autoimponer para limitar y controlar los liderazgos para que no se vuelvan jefaturas. Hemos hecho multitud de experimentos al respecto. Y sabemos que, cuando la organización se vuelve burocracia, las cosas dejan de funcionar. Y cuando no hay organización, las cosas no llegan a funcionar. Estemos vigilantes, pero creemos organización de base y desde abajo.

Pedagogía. Un nuevo relato y nuevas relaciones. Mucho, muchísimo, diálogo y comunicación en el interior de las clases populares. Aprender y enseñar lo aprendido. Compartir y construir colectivamente la nueva ciencia de la subversión y de la protesta. Partiendo de lo que nos legaron nuestros mayores, pero abiertos y muy sensibles a las transformaciones e innovaciones de lo real. Hacernos como seres humanos nuevos al tiempo que hacemos las nuevas relaciones. Transformar el mundo, es decir, hacer el mundo con nuestra nueva palabra y nuestra nueva praxis.

Internacionalismo. Porque ya no hay fronteras para los capitales ni para los ejércitos del imperialismo. Porque la lucha ya es global y nos incumbe a todos. Porque hemos llegado a un mundo donde el único nacionalismo consecuente y defendible (es decir, el único pensamiento que quiera el bien de los que, con su trabajo, levantan nuestra tierra) ha de ser anticapitalista y, por tanto, ha de estar conectado amplia y profundamente con las luchas del resto de trabajadores del mundo. O la humanidad se salva, o perece en la lucha de todos contra todos que anima el Capital hasta el paroxismo. O los trabajadores acabamos con las clases y con las contradicciones de un sistema enfermo, o ese sistema socializará la pobreza, la miseria y el colapso al conjunto de la Humanidad.

Debemos, pues, estar despiertos y ser optimistas. La lucha no ha terminado y nuestro enemigo está cada vez mas desequilibrado, su comportamiento es más caótico, las sacudidas de su embriaguez son cada vez más paroxísticas. En todo el mundo, millones de personas se le oponen. La batalla ya es absolutamente global. Debemos construir el sindicalismo revolucionario del futuro desde nuestras luchas de hoy, desde nuestras actividades cotidianas, desde el anhelo de futuro y libertad que puebla nuestra más alta esperanza.

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